Retro: un encuentro con Igor Yershov

Esta historia, como no podía ser de otra manera, empieza al este, en una ciudad en la que pasé varios años de mi vida: Leipzig.

Corría el verano de 2013. Era un verano fresco, parecido al que hemos tenido este año, aunque con un punto más gélido de lo habitual (aunque cabe decir que los veranos alemanes no siempre son tan frescos como nos imaginamos). En uno de mis paseos por el centro de la ciudad, entré en una de las librerías de viejo que se sitúan tras la Iglesia de San Nicolás; recuerdo que era una librería enorme, que olía a humedad y que, a ratos, su dependienta parecía amarillear tanto como las hojas de los libros. Paseé entre las filas de estanterías durante un buen rato, sin saber con exactitud qué podría encontrarme, pero segura de que quería toparme con algo especial. Por aquel entonces, sentía una profunda atracción hacia todo lo que tuviera que ver con la RDA y la URSS y, en concreto, me obsesionaba el papel que había desempeñado la ciudad de Leipzig en la rebelión pacífica contra el régimen socialista. Me apasionaba situar los edificios en el contexto histórico, las vivencias de la gente, la influencia del Muro en el lenguaje alemán y, por tanto, las diferencias en el habla entre Alemania del Este y Alemania del Oeste; también me obsesionaba la arquitectura de la época socialista, los nombres de las calles, y todo aquel producto que me pudiera encontrar en el supermercado que, ya antaño, se fabricase en la RDA (tales como la crema de avellanas Nudossi, los Knusper Flocken, y los muy vehementes merengues bañados en chocolate Nigger Küssen, o besos de negro).

Tal era mi compromiso con aquel ferviente deseo de conocer el alma socialista, que no dudé en buscar libros que se hubieran editado durante la RDA. Aquel día compré varios ejemplares y, entre ellos, se encontraba uno del que os quiero hablar: Aljonuschka.

Aljonuschka… ¡Qué nombre tan exótico! Tras leer algunas páginas, aprendí que Aljonuschka era el nombre de la protagonista de uno de los cuentos, un cuento que acabaría por convertirse en el objeto principal de estudio de mi Trabajo de Fin de Grado (que podéis leer aquí, por cierto).

Gracias a este libro conocí los cuentos populares rusos. Por aquel entonces, no sabía que quería ser ilustradora: sabía que me gustaban los idiomas, que me gustaba leer y escribir, y que, en cierta manera, también me gustaba dibujar. Pero el mundo del libro se me antojaba lejano, como una especie de sueño que sólo está al alcance de los más talentosos, o en su defecto, de los más afortunados. Ahora me entra risa con este pensamiento: a veces, no sabría explicar por qué, creemos que existen límites en la vida, y son tales las barreras mentales que nos imponemos que acabamos por pensar que tenemos que interpretar un papel u otro, cuando lo verdaderamente divertido de todo esto que significa estar vivo es que podemos tener tantas facetas como queramos, y todo lo que podamos imaginarnos está a nuestro alcance.

En fin. Me estoy yendo por las ramas; ya tocaremos ese tema digno de coach emocional otro día.

Aljonuschka se vino en mi mochila y me enseñó un mundo colmado de nieve. La verdadera nieve, la nieve de la Siberia y de la estepa rusa. Me enseñó historias llenas de fuego y de personajes apasionados, lo que no deja de ser una ironía, pues el estereotipo de que los rusos son fríos y toscos siempre parece sobrevolar nuestras cabezas. También me enseñó historias submarinas, historias de hermosas y sabias princesas, leyendas sobre el malvado y esquelético Koschéi, y príncipes (o tsarevich) que portan una espada prácticamente invencible.

¿Quién puede resistirse a dichas aventuras, a tales paisajes?

Como comenté unos párrafos más arriba, utilicé la traducción disponible en este libro del cuento Aljonuschka (del ruso al alemán por Thea-Marianne Bobrowski) para mi Trabajo de Fin de Grado. Durante aquel año 2013-2014, pasé mucho tiempo con el libro abierto, leyéndolo y releyéndolo, estudiándolo y desmenuzándolo. Por supuesto, observaba sus ilustraciones: había algo (hay algo) en ellas que me atrapaba. Sin embargo, no fue hasta varios años después, cuando me convertí en ilustradora, que me empecé a interesar verdaderamente por su autor.

Me preguntaba quién se podía esconder tras esas pinceladas, tras esos escenarios tan detallados, repletos de nieve, flores y espacios arquitectónicos casi imposibles. Me preguntaba cuál era su historia, si por un casual seguía vivo y, por qué no, si habría manera de contactarle.

Así fue como empecé a buscar a Igor Yershov, ilustrador de Aljonuschka y muchos otros cuentos infantiles.

La red me fue muy útil en este sentido: más de una vez he escuchado que si el objeto de tu búsqueda no aparece en las dos primeras páginas de resultados de Google, es porque, seguramente, no existe. He de decir que, en este caso, estoy en completo desacuerdo: estamos hablando de un artista de la URSS, un autor que se dedicó a ilustrar libros infantiles para la Editorial Raduga Moscú, un sello perteneciente al Grupo Editorial Progreso (Moscú), grupo que, por supuesto, estaba anexionado al Estado y que se dedicaba a exportar literatura rusa en todos los idiomas del continente europeo.

¿Cómo podía ser que su nombre sólo apareciese en catálogos de libros de viejo? ¿Acaso nadie había recogido su biografía, nadie se había interesado en profundidad por él?

No exagero cuando digo que estuve días y días navegando sin éxito. Recabé mucha información sobre el funcionamiento de las editoriales soviéticas, así como de sus métodos de trabajo, la calidad de sus publicaciones, y el tipo de contenido que ofrecían. Sin embargo, no conseguía encontrar nada sobre Igor, o al menos, nada que me fuese lo suficientemente útil como para llegar a conocerle.

Una tarde, mientras observaba el panorama artístico por Instagram, se me encendió la bombilla. Resulta que sigo a una cuenta llamada @nevskayapalitra, la cuenta oficial de los fabricantes de las famosas acuarelas White Nights, que resultan ser de San Petersburgo. Ni corta, ni perezosa, me lancé a enviarle un mensaje directo al Community Manager, explicándole que estaba buscando información sobre Igor Yershov, que me interesaba saber si seguía vivo, y si había alguna manera de contactarle. Solo tuve que esperar un par de horas hasta que recibí una respuesta de lo más solemne:

Unfortunately, the famous illustrator Yershov Igor Ivanovich died in 1985.

Por desgracia, el famoso ilustrador Igor Ivanovich Yershov murió en 1985.

Es increíble el desasosiego que se puede llegar a sentir cuando se recibe una noticia de ese tipo, incluso sin haber conocido a la persona en cuestión. En cierto modo, mis esperanzas no habían sido del todo infundadas: Aljonuschka se editó en 1989, así pues, el creer que el ilustrador podía seguir vivo llegaba a ser completamente plausible.

A pesar de todo, el/la Community Manager de Nevskaya Palitra me ayudó enormemente; y es que me dio la transcripción exacta del nombre de Igor Yershov del alfabeto cirílico al alfabeto latino. Hasta aquel momento, mi manera de buscar se había limitado a copiar la escritura adaptada que venía en el libro, que no era otra sino la alemana, es decir, Ygor Yershow. Así pues, mis búsquedas resultaban limitadas y, por tanto, bastante infructuosas.

En el momento en el que escribí Igor Yershov en Google, ocurrió la magia. Allí estaba él. Allí estaban sus obras; allí, en algún que otro sitio olvidado de internet, alguien se había interesado por él y había recogido su vida en varias entradas de blog y páginas especializadas en arte soviético.

Y como quiero que le conozcáis, no sólo a su obra, sino también a él, me he atrevido a traeros su biografía, si bien de manera somera, ya que no he sido capaz de encontrar más información sobre su vida.

Igor Ivanovich Yershov

Igor Ivánovich Yershov (7 de noviembre de 1916 - 6 de febrero de 1985 - Leningrado) fue un artista gráfico soviético, hijo del cantante de ópera Iván Yershov y de la profesora de solfeo y cantante Sofia Yershova.

Siendo hijo de dos respetados intérpretes de ópera, Igor tuvo que decidir desde muy joven entre convertirse en artista gráfico o cantante de ópera, pues contaba con una apariencia atractiva, una voz de barítono de lo más distintiva, además de talento para la interpretación. Durante el año de 1948, mientras se debatía entre el mundo del arte gráfico y el de la ópera, Igor actuó durante dos temporadas en el Teatro Mijáilovski de Leningrado, además de participar en la película musical Don Giovanni, cosechando éxito y admiración por allá donde iba. Sin embargo, tras un período de reflexión, Igor decidió que su destino serían el dibujo y la pintura.

Así pues, entre los años 1948 y 1960, desarrolló parte de su trabajo artístico más académico, entre los que encontramos dibujos con grafito o con técnica de pincel seco, en los que representaba escenas y personajes populares, como trabajadores o granjeros. A finales de esta etapa, el artista comenzó a crear acuarelas con paisajes que, más tarde, se convertirían en ilustraciones para cuentos de Literatura infantil y juvenil.

Retrato de Boris Godunov (1948)

Fue a partir de 1958 que el artista empezó a trabajar como ilustrador en el sector editorial, creando imágenes para cuentos de Charles Perrault o Pushkin, así como para numerosas ediciones de cuentos populares rusos.

En 1974, Igor Yershov se graduó en la Academia Imperial de las Artes Ilya Repin (Leningrado —actual San Petersburgo—, hoy día conocida como Academia de las Artes de San Petersburgo); al principio, estudió en el departamento de bellas artes, si bien al poco tiempo decidió cambiarse al departamento de diseño gráfico, donde tuvo maestros tan notables como el ilustrador Iván Bilibin (del que hablaremos otro día) y el acuarelista Konstantin Rudakov.

Su trabajo de fin de estudios ilustraría más tarde una obra conocida como El jinete de bronce, y le valdría asimismo la admisión en la Unión de Artistas de la URSS.

Igor demostró ser un artista gráfico de lo más versátil, ya que no parecía haber técnica que se le resistiera. Así pues, desarrolló parte de su trabajo utilizando diferentes medios de expresión, como el linograbado, la serigrafía, las acuarelas y el gouaché. A partir de 1970, Igor comenzó a trabajar asiduamente con su hija, Ksenia Igorevna Krivosheina, con la que ilustraría diferentes libros infantiles que verían la luz a lo largo y ancho del planeta.

Igor murió el 6 de febrero de 1985, en Leningrado. Tras su fallecimiento, se organizaron diferentes exposiciones póstumas, la primera de ellas en 1989, y la última en 2005, conmemorando el 20 aniversario de la muerte del ilustrador.

Hoy día, la obra de Igor Yershov sigue viva, y puede contemplarse en diferentes museos rusos (como el Museo Estatal Ruso, el Museo de Historia de San Petersburgo, el Museo Pushkin, la Biblioteca Nacional Rusa, o el Museo de Bellas Artes de Arkhangelsk), en museos del extranjero (como el Museo Carnavalet o la Biblioteca François Mitterrand, ambos en París), o en colecciones privadas francesas e inglesas.

En aquel singular mundo aislado por un muro, un mundo frío, nevado, donde no había plátanos y sólo los más afortunados conseguían viajar fuera de sus fronteras, los más pequeños de la casa se sentaban junto a la chimenea, hojeaban las páginas de Aljonuschka, y se perdían entre las ilustraciones de en sueño de Igor Yershov y Ksenia Igorevna.

En aquel singular mundo, un hombre con un pincel consiguió irrumpir en el subconsciente colectivo de toda una generación. Una generación que, estoy segura, rememora la paleta de color pastel de Igor al recordar su infancia.

Supongo que esto es lo bonito de ser artista: el tener la posibilidad de influir, cambiar y, por qué no decirlo, sobrevivir al paso del tiempo.

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