Se nos olvida…

Esta semana ha comenzado con una terrible novedad. Muy a nuestro pesar, el fantasma de la censura vuelve a hacer acto de presencia para atacar con su bolígrafo rojo a uno de los autores de LIJ más venerados de todos los tiempos, tanto por los más pequeñxs como por los adultxs: Roald Dahl.

Su editora en Reino Unido, Puffin Books, junto con sus herederos de la Roald Dahl Story Company, va a reeditar su obra omitiendo toda clase de lenguaje que se pueda calificar como ofensivo. Para ello, la editorial ha contado con la ayuda de Inclusive Minds, un colectivo que ha tenido a bien repartir los textos del autor entre lectores sensibles para que estos decidan qué se puede escribir y qué merece ser tachado y olvidado para la posteridad.

Este es el panorama.

Ilustración de Quentin Blake para ¡Qué asco de bichos! El cocodrilo enorme (Roald Dahl)

Quién haya leído a Roald Dahl, sabrá que su literatura tiene ciertas características que la hacen única: por un lado, nos encontramos con unos niñxs protagonistas que suelen ser víctimas de un mundo adulto absolutamente cruel y malvado; por otro, nos topamos con una narración de lo más adictiva, con un ritmo agradable, con unas historias imaginativas y llenas de contrastes y rimas elocuentes que nos mantienen engachadxs hasta la última página. Finalmente, por supuesto, no nos podemos olvidar del motivo de la polémica: su lenguaje. Roald Dahl utilizaba un lenguaje afilado, con expresiones sarcásticas y calificativos soeces, un lenguaje que, hoy día, podríamos considerar como políticamente incorrecto e irreverente.

Roald Dahl y sus personajes (Quentin Blake)

Se nos olvida, sin embargo, que este era su lenguaje, que este era su trabajo, el trabajo de Roald Dahl; se nos olvida que, probablemente, el genial autor pasó horas y horas en la casita de madera donde trabajaba dándole vueltas a cómo podría resolver los conflictos a los que se enfrentaban sus personajes. Se nos olvida, por tanto, que no tenemos derecho a tocar aquello que no nos pertenece, y que imponer nuestro criterio y modificar la obra de un creador que ya no está entre nosotros es, sin duda, no solo una enorme falta de respeto, sino un ataque directo hacia la libertad de expresión.

Se nos olvida, además, que la literatura es una visión del mundo, y el mundo de hoy, la sociedad de hoy, no es la sociedad en la que vivía Roald Dahl. Lo que hoy ya no tiene cabida, antes sí la tenía; ¿por qué nadie se atreve a releer las obras de Charles Dickens y a omitir aquellos pasajes dónde el escritor hablaba sobre la explotación infantil? ¿por qué nadie va al Museo Del Prado y le pega al Saturno devorando a sus hijos de Goya una pegatina de un unicornio con purpurina en la cara, para que la violencia de ese cuadro no nos incomode? ¿acaso no fueron otros y otras autores y autoras tan (o más) irreverentes que Roald Dahl en sus distintas disciplinas? Por supuesto. Sin embargo, esta sociedad buenista y con una piel extremadamente fina ha decidido atacar a un superventas de la LIJ, seguramente porque todavía nos ronda la idea de que los libros infantiles están ahí para educar a las generaciones futuras, cuando lo cierto es que los libros infantiles existen por un solo motivo: entretener.

Se nos olvida que, como seres humanos racionales, los niñxs son inteligentes y tienen criterio propio, y son sus responsables lxs que deben enseñarles lo que es correcto e incorrecto, lo que se puede hacer o decir y lo que no; lxs niñxs, que son grandes lectorxs (por ser absolutamente honestxs y nada estúpidos), sabrán distinguir cuál es el tipo de libro que más les gusta y, una vez prueben las letras de Roald Dahl, con sus puntos y sus comas, decidirán a posteriori si desean leer más de este autor o no. Lxs lectorxs, da igual si de mayor o menor edad, suelen ser personas despiertas y con una moral que les permite distinguir la buena educación de la mala, el lenguaje inofensivo del ofensivo.

Solo puedo concluir en que esta decisión, aparte de vergonzosa, me produce mucha tristeza. Las generaciones futuras no conocerán al genial e irreverente autor, sino que se encontrarán con unos libros vacíos, de estilo plano y aburrido: se encontrarán con unos niños que no están gordos, sino que son enormes, con unas brujas que pueden estar calvas por mil motivos, con una cruel señorita Trunchbull de cara sin calificar, con familias en vez de padres y madres, etc.

Matilda de Roald Dahl (Quentin Blake)

Sin duda, la Puffin Books y la Roald Dahl Story Company no han dudado en sermonearnos como lo haría el padre de Matilda: al parecer, ellos son mayores, nosotros pequeños; ellos son listos, nosotros tontos; ellos tienen razón, nosotros no… Y no podemos hacer nada por evitarlo.

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